La Comisión Europea ha dado luz verde al segundo cultivo transgénico permitido en Europa: una patata transgénica propiedad del gigante químico BASF, cuyo almidón ha sido modificado para facilitar su utilización en la fabricación de papel, detergentes, pegamento y otros productos industriales.
La autorización de este cultivo llevaba “atascada” en Bruselas desde 2005, pero la nueva Comisión europea ha ejercido la prerrogativa que le permite decidir si no hay acuerdo en el Consejo, haciendo caso omiso de la oposición de una mayoría de los ministros de los países miembros y de su preocupación por los riesgos sanitarios y ambientales de esta patata.
La autorización de la patata de BASF ha sido extremadamente controvertida, entre otras cosas por llevar incorporado un gen de resistencia a un antibiótico utilizado en el tratamiento de algunas enfermedades infecciosas, como la tuberculosis. La legislación europea sobre liberación de organismos manipulados genéticamente (OMG) exige la retirada de este tipo de variedades, debido al riesgo que supone la propagación de la resistencia a antibióticos a bacterias patógenas, y dado que actualmente existen tecnologías que permiten eliminar el gen de resistencia.2 De hecho, esa fue la razón para la retirada en 2005 del maíz transgénico cultivado en España desde 1998, cuyos riesgos habían sido denunciados reiteradamente por las organizaciones ecologistas. Sin embargo, la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) se ha plegado una vez más a los intereses de la industria, retractándose de dictámenes anteriores y avalando la seguridad de la patata de BASF con un informe de Junio 2009 en el que afirma que la posibilidad de transferencia a bacterias de la resistencia a antibióticos es remota, y sólo ha sido demostrada en el laboratorio (no en la Naturaleza). Remota, aunque posible ¿dónde queda el principio de precaución?
Por otra parte, la autorización de un cultivo MG con destino industrial abre la puerta a una nueva generación de plantas transgénicas enormemente preocupante: las variedades diseñadas para producir almidón, plásticos y todo tipo de compuestos químicos con destino industrial, y los denominados “farmacultivos”, que producirán fármacos destinados a la industria farmacéutica. La posibilidad de contaminación de la cadena alimentaria por estos productos ha hecho que en Estados Unidos las primeras autorizaciones de este tipo de cultivos hayan suscitado un considerable rechazo. En el caso de la patata de BASF, está previsto que sus residuos sean utilizados para alimentación animal, y la contaminación de toda la cadena alimentaria es prácticamente inevitable, con los consiguientes riesgos para la salud.
La manipulación de los cultivos alimentarios para modificar su composición, adaptándola a las necesidades de la industria, demuestra claramente la falacia de las promesas de la industria biotecnológica, que presenta esta tecnología como la solución para el hambre en el mundo. Los cultivos transgénicos que se comercializan en el mundo no están diseñados para alimentar al planeta, sino fundamentalmente para beneficiar a la industria agroquímica, como demuestra el hecho de que más del 80% sean variedades resistentes a herbicidas. Se estima que sólo en Estados Unidos este tipo de cultivos ha incrementado el uso de herbicidas en 173,5 millones de kilos durante los últimos 13 años, provocando la aparición de malas hierbas resistentes a los herbicidas, que amenazan ya con convertirse en una pesadilla para los agricultores… y generando un gran negocio para las grandes transnacionales agroquímicas.
La patata de BASF es una prueba más de cuales son las prioridades de la industria de los transgénicos, y de qué modelo de agricultura y de alimentación pretende imponer. Solamente una de cada cuatro patatas producidas en la Unión Europea se destinan a alimentación humana. Alrededor de la mitad va a parar a piensos animales, y la cuarta parte restante se utiliza como materia prima en la producción de almidón, de alcohol y de otros productos industriales.4 En Alemania, tradicionalmente un gran consumidor de patatas, la mitad de la cosecha actual de este cultivo se destina a la industria (para la fabricación de almidón, de alcohol, de piensos…), mientras en el consumo humano cobra creciente peso la utilización de patata en alimentos procesados, envasados, y transportados a grandes distancias. Se estima que de una media de 285 kilos de patatas anuales, el consumidor alemán ha pasado a ingerir unos 70 kilos, de los cuales el 50% se compone de productos elaborados, mucho más lucrativos para la agroindustria.5 Este tipo de consumo está ligado a un modelo de agricultura y de alimentación despilfarrador de energía y de recursos, y dependiente de importaciones (piensos, aceite de palma, etc.) del Tercer Mundo, que está minando la soberanía alimentaria de estos países y en última instancia el futuro de la alimentación mundial.
La autorización de este cultivo llevaba “atascada” en Bruselas desde 2005, pero la nueva Comisión europea ha ejercido la prerrogativa que le permite decidir si no hay acuerdo en el Consejo, haciendo caso omiso de la oposición de una mayoría de los ministros de los países miembros y de su preocupación por los riesgos sanitarios y ambientales de esta patata.
La autorización de la patata de BASF ha sido extremadamente controvertida, entre otras cosas por llevar incorporado un gen de resistencia a un antibiótico utilizado en el tratamiento de algunas enfermedades infecciosas, como la tuberculosis. La legislación europea sobre liberación de organismos manipulados genéticamente (OMG) exige la retirada de este tipo de variedades, debido al riesgo que supone la propagación de la resistencia a antibióticos a bacterias patógenas, y dado que actualmente existen tecnologías que permiten eliminar el gen de resistencia.2 De hecho, esa fue la razón para la retirada en 2005 del maíz transgénico cultivado en España desde 1998, cuyos riesgos habían sido denunciados reiteradamente por las organizaciones ecologistas. Sin embargo, la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) se ha plegado una vez más a los intereses de la industria, retractándose de dictámenes anteriores y avalando la seguridad de la patata de BASF con un informe de Junio 2009 en el que afirma que la posibilidad de transferencia a bacterias de la resistencia a antibióticos es remota, y sólo ha sido demostrada en el laboratorio (no en la Naturaleza). Remota, aunque posible ¿dónde queda el principio de precaución?
Por otra parte, la autorización de un cultivo MG con destino industrial abre la puerta a una nueva generación de plantas transgénicas enormemente preocupante: las variedades diseñadas para producir almidón, plásticos y todo tipo de compuestos químicos con destino industrial, y los denominados “farmacultivos”, que producirán fármacos destinados a la industria farmacéutica. La posibilidad de contaminación de la cadena alimentaria por estos productos ha hecho que en Estados Unidos las primeras autorizaciones de este tipo de cultivos hayan suscitado un considerable rechazo. En el caso de la patata de BASF, está previsto que sus residuos sean utilizados para alimentación animal, y la contaminación de toda la cadena alimentaria es prácticamente inevitable, con los consiguientes riesgos para la salud.
La manipulación de los cultivos alimentarios para modificar su composición, adaptándola a las necesidades de la industria, demuestra claramente la falacia de las promesas de la industria biotecnológica, que presenta esta tecnología como la solución para el hambre en el mundo. Los cultivos transgénicos que se comercializan en el mundo no están diseñados para alimentar al planeta, sino fundamentalmente para beneficiar a la industria agroquímica, como demuestra el hecho de que más del 80% sean variedades resistentes a herbicidas. Se estima que sólo en Estados Unidos este tipo de cultivos ha incrementado el uso de herbicidas en 173,5 millones de kilos durante los últimos 13 años, provocando la aparición de malas hierbas resistentes a los herbicidas, que amenazan ya con convertirse en una pesadilla para los agricultores… y generando un gran negocio para las grandes transnacionales agroquímicas.
La patata de BASF es una prueba más de cuales son las prioridades de la industria de los transgénicos, y de qué modelo de agricultura y de alimentación pretende imponer. Solamente una de cada cuatro patatas producidas en la Unión Europea se destinan a alimentación humana. Alrededor de la mitad va a parar a piensos animales, y la cuarta parte restante se utiliza como materia prima en la producción de almidón, de alcohol y de otros productos industriales.4 En Alemania, tradicionalmente un gran consumidor de patatas, la mitad de la cosecha actual de este cultivo se destina a la industria (para la fabricación de almidón, de alcohol, de piensos…), mientras en el consumo humano cobra creciente peso la utilización de patata en alimentos procesados, envasados, y transportados a grandes distancias. Se estima que de una media de 285 kilos de patatas anuales, el consumidor alemán ha pasado a ingerir unos 70 kilos, de los cuales el 50% se compone de productos elaborados, mucho más lucrativos para la agroindustria.5 Este tipo de consumo está ligado a un modelo de agricultura y de alimentación despilfarrador de energía y de recursos, y dependiente de importaciones (piensos, aceite de palma, etc.) del Tercer Mundo, que está minando la soberanía alimentaria de estos países y en última instancia el futuro de la alimentación mundial.
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